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Era una casa grande, vacía, llena de ecos, con veinte ventanales abiertos hacia el mar. Y el mar sonaba triste contra el acantilado como el destino sueña y acaba por matar. Era una casa rara porque nada pasaba y siempre parecía que algo iba a pasar. Era una casa loca como aquella en que, niño, según ahora me explican, nunca llegué a vivir, pero que yo recorro, sabiendo los secretos de sus cien corredores y sus puertas ocultas, sus vueltas y revueltas, sus cámaras cargadas de perfumes pesados y de un pasado horror que todas las ventanas abiertas hacia un mar de luz y de aventura, y disponibilidad, no barren con su brisa, ni liberan del ¡ay! Era una casa antigua. Y triste sin razón. Allí viví de niño, y allí vivo de veras por mucho que me nieguen. Y así, ciego, atravieso los pasillos sin fin y las salas vacías, y esas puertas que empujo para abrir otras salas, todas ricas, lujosas, con sus tapicerías, relojes, porcelanas, cortinas y recuerdos. Todas eran iguales, repetidas, abiertas, la rosa y la morada, la del león de oro, la del abuelo Juan… ¿En qué se distinguían? Yo abría puertas, puertas, buscando una salida, lloraba algunas veces sin saber bien por qué, y huía como un ciervo frente a aquella doncella que me decía amable: “¿Qué quiere el señorito?” Huir, huir, mi vida sólo ha sido una huida sin saber hacia dónde y sin saber por qué. Huir de aquella casa donde viví de niño, aunque según me dicen nunca viví de veras. No es un sueño. No. Veo oculto y real a ese niño que mira con ojos espantados detrás de una ventana, la mar, el mar, la mar. |
España (1911-1991)
Fuente: CIUDAD SEVA
Libros del autor: amzn.to/2nqcB1A






