¿POR QUÉ SUFRES? – Jeff Foster

«Sufres porque no puedes esconderte de ti mismo.»

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Sufres porque no puedes esconderte de ti mismo.

Puedes intentarlo por un tiempo, pero de algún modo siempre sabrás dónde te has escondido.

Para salir de este juego absurdo, a veces la vida detona una explosión por dentro y la confusión, la ansiedad, la rabia, la ira que hemos intentado esconder y contener, son liberadas. Cuando eso pasa corremos a refugiarnos en nuestra coraza. Pero la vida de nuevo nos invita a romper nuestros escudos y capas, a ser un poco menos rígidos,  más humildes, y a ver dignidad incluso en la caída y en el desmoronamiento.

Sí, hay dignidad en toda la vida, incluso en la que sufre y se resigna. Tu sufrimiento no es un error, o una falla, ni siquiera es en realidad tuyo. Todos sufrimos. Y en el fondo es un sufrimiento muy parecido el que todos sentimos. Todos enfermamos, envejecemos y morimos. Todos experimentamos pérdidas, y nos preguntamos por qué. Todos a menudo perdemos el control, y a veces nos preguntamos si alguna vez lo tuvimos. Todos nos enfrentamos con situaciones que nunca hubiésemos planeado, elecciones que nunca quisimos hacer, cosas que rechazamos, situaciones que se sienten como “incorrectas” y que queremos simplemente que desaparezcan.

Pero en medio de todo eso “no querido” podemos frenar, parar, respirar y salirnos de la historia de “cómo se supone que tienen que ser las cosas”. En medio de todo eso “no deseado” podemos volver hacia el momento presente y tal vez encontrar cosas que están bien ya como están, cosas que queremos de verdad, cosas incluso sanadoras en medio de la enfermedad.

Y quizás, desde el fondo del abismo, empezamos a darnos cuenta de que no estamos tan mal, que no estamos solos en nuestro sufrir y en nuestro batallar, que estamos conectados con el otro que creemos que nos hace sufrir y que en realidad sufre como nosotros. Nuestro sufrimiento puede ser visto entonces como un rito de iniciación particular en el que muchos otros como yo ahora mismo están.

Así, cuando nos instalamos en la inercia, somos invitados por la vida a la fuerza para amarnos a nosotros mismos de verdad, a conectar con nosotros mismos y con los demás de una forma más profunda y auténtica, a sentir compasión simple y pura, belleza en la miseria, algo que nunca hubiésemos conseguido si las cosas hubieran seguido siendo “a nuestra manera”.

¿Realmente creímos que teníamos el control de algo? No, no tenemos el control de nuestra vida. Todo está muriendo desde el momento en que nace. Todo está hecho de frágil cristal. Aquí yace nuestra mayor angustia y nuestro mayor miedo, pero también nuestro mayor potencial para ser felices y liberarnos de nuestras creencias y de todo lo demás.

Aprendamos a amar la vida como llega, y dejemos ir nuestras expectativas y nuestros “deberías”. Aprendamos que la dicha real no es un escape al dolor, sino la voluntad de sentirlo, y que la alegría verdadera significa abrirnos incluso a la más profunda pena. Si podemos abrazar nuestro propio sufrimiento podemos abrazar el sufrimiento de toda la humanidad.

Pero tampoco se trata de ser masoquistas, ni de regodearse en el dolor, ni de ser indulgentes con nuestra propia rabia y nuestros enfados. Se trata de sentir compasión con todo lo que venga, sea lo que sea, para despertar un poco más, para abrir los ojos un poco más, para amando aprender a amar, un poco más. Sin juzgar, sin reprochar nada al otro, sin decir mucho, sin hablar de lo que el amor es o debería ser, amando así, en silencio, mostrando tu amor con tu propio ejemplo.

Permite pues que tus heridas más profundas te enseñen más sobre el amor y la compasión, y te recuerden la belleza de cada uno de los momentos de tu vida. Permite que la vida se exprese como le dé la gana y que te abra tu corazón bien grande, a bocajarro.

Hay ratos en los que todo está en llamas y no comprendemos nada. Creíamos saber tanto y ahora cada vez sabemos menos. Pero también ahora, un poco más, sentimos que existe algo dentro de nosotros que nunca sufre, que nunca se trauma, algo que siempre está presente y en lo que vale la pena confiar, al menos ahora, amigo, mientras tu corazón siga latiendo.

 

JEFF FOSTER

Versión libre adaptada por Alejandro Roselló

 


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