LA MEDITACIÓN ES VIDA, NO SUPERVIVENCIA – Osho

«La meditación es vida, no supervivencia. No tiene nada que ver con lo que haces; tiene todo que ver con lo que eres.» OSHO
Divulga Amor y Luz

«La meditación es vida, no supervivencia. No tiene nada que ver con lo que haces; tiene todo que ver con lo que eres.»

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Uno tiene que hacer algo en la vida. Unos son carpin­teros, otros reyes y otros guerreros. Estas son formas de supervivencia, son maneras de ganarse el pan, el cobijo. No pueden cambiar tu ser interior. Ya seas un guerrero o un hombre de negocios, no hay ninguna diferencia: unos han escogido su forma de ganarse la vida de una manera, y otros han escogido otra.

La meditación es vida, no supervivencia. No tiene nada que ver con lo que haces; tiene todo que ver con lo que eres. Sí, los negocios no deberían entrar en tu ser, eso es verdad. Y si tu ser se ha convertido en un negociante, así es difícil me­ditar e imposible ser un sannyasin, un buscador… porque si tu ser se ha convertido en un negociante, entonces te has vuelto demasiado calculador. Y una persona calculadora es una per­sona cobarde: piensa demasiado, no puede decidirse a saltar. Y la meditación es un salto: desde la cabeza al corazón, y por último desde el corazón al ser. Irás profundizando más y más en el espacio en donde los cálculos tendrán que dejarse atrás, en donde la lógica se vuelve irrelevante. Allí no te pue­ des llevar tu perspicacia. De hecho, la perspicacia en realidad tampoco es verdade­ ra inteligencia; la perspicacia es un pobre sustituto de la inte­ligencia. La gente que no es inteligente aprende a ser lista. La gente inteligente no necesita ser lista; es inocente, no necesita ser astuta. Funciona desde un estado de no saber.

Si eres un hombre de negocios, está bien. Si Jesús pue­de convertirse en un meditador y un sannyasin, y finalmente en un cristo, un buda… y él era el hijo de un carpintero, ayudaba a su padre, traía madera, aserraba madera, si el hijo de un car­pintero se puede convertir en un buda, ¿por qué tú no?

Kabir era tejedor. Continuó con su oficio durante toda su vida; incluso después de su iluminación, todavía tejía; ¡le encantaba! Muchas veces sus discípulos le preguntaban, le ro­gaban con lágrimas en los ojos que: “Ya no necesitas trabajar; ¡nosotros estamos aquí para cuidarte! Con tantos discípulos, ¿por qué seguir hilando, tejiendo en la vejez?”. Y Kabir solía contestar: “¿Pero sabéis para quién estoy tejiendo, para quién estoy hilando? ¡Para Dios! Porque ahora todo el mundo es dios para mí. Es mi forma de rezar”.
Si Kabir puede convertirse en un buda y todavía seguir tejiendo, ¿por qué tú no vas a poder?

Pero los negocios no deberían entrar en tu ser. Los ne­ gocios solo deberían ser una cosa exterior, tan solo una for­ma de supervivencia. Cuando cierres tu tienda, olvídate de tu negocio. Cuando llegues a casa, no te lleves el negocio en la cabeza. Cuando estés en casa con tu esposa y tus hijos, no seas un hombre de negocios. Eso es feo: eso significa que tu ser está adquiriendo el color de tus actos. Los actos son cosas su­perficiales. El ser debería permanecer trascendental respecto a tus actos y siempre deberías ser capaz de poner tus actos a un lado y entrar en el mundo de tu ser. Eso es lo que significa meditación.

Un casamentero estaba intentando arreglar una pareja entre un hombre de negocios y una joven y hermosa muchacha. Pero el hombre de negocios era muy reservado. “Antes de comprar mercancía —dijo el hombre de negocios—, miro las muestras, y antes de casarme, también debo tener una muestra”.
“Pero, hombre, por el amor de Dios, no puedes pedirle a una joven respetable una cosa así” —respon­dió el casamentero.
“Lo siento —insistió el otro—; yo soy negociante estricto y o bien se hace a mi manera o no se hace”.
El casamentero, desesperado, fue a hablar con la muchacha. “‘Te he encontrado un buen hombre —le dijo-, con mucho dinero. Pero es un negociante es­tricto, y no hace nada a ciegas. Tiene que tener una muestra”.
“Escucha -dijo la muchacha-. Yo soy tan lista en los negocios como lo pueda ser él. No le daré muestras; ¡pero le puedo traer referencias!”.

Aquellos que llegan a la nada de la me­ditación se dan cuenta inmediatamente de que, además, han llegado a la plenitud de Dios. Tu nada es la plenitud de Dios, este es el otro aspecto. Tú te conviertes en nada y, de repente, una gran plenitud desciende sobre ti; estás rebosante de Dios. Al convertirte en nada, te vuelves espacioso, te conviertes en el anfitrión del gran huésped.
Pero si estás calculando constantemente, no puedes con­vertirte en nada. ¿Cómo vas a abandonarlo todo para ser nada? Siempre estarás calculando: te moverás con cautela.

Entonces, esto no es para ti. Entonces, vete con cualquie­ra de los viejos, tradicionales seudomaestros. Ellos te conso­larán. Ellos te dirán que puedes seguir siendo un hombre de negocios e incluso que puedes abrir una cuenta bancaria en el paraíso. Sé caritativo, da algo de caridad: haz donaciones para los pobres; haz donaciones para el templo, o la iglesia, o la sinagoga, el hospital, la escuela; y serás recompensado en la otra vida. Simplemente, haz las cosas virtuosas que te puedas permitir. Si explotas a la gente, siempre les puedes de­ volver una pequeña parte. Puedes donar un poco a la iglesia, a alguna institución caritativa, puedes dar algo de dinero para los pobres. Estos son consuelos. Y se te reservará un lugar en el cielo.
No seas tan tonto; el délo no es tan barato. De hecho, ese lugar llamado délo no existe en ninguna parte; es algo que está dentro de ti. Ninguna caridad puede llevarte allí. Pero si llegas allí, toda tu vida se vuelve caridad; ese es un fenómeno completamente diferente. Si llegas allí, toda tu vida se convier­te en compasión.

Sigue siendo un hombre de negocios, pero durante algu­nas horas olvídate de ello por completo. Yo no estoy aquí para decirte que huyas de tu vida ordinaria. Te estoy diciendo la forma y los medios, la alquimia, de transformar lo ordinario en extraordinario. En tu negocio, sé un hombre de negocios, pero en tu casa, deja de serlo. Y algunas veces, durante unas horas, olvídate incluso de tu casa, tu familia, tu esposa, tus hi­jos. Durante unas horas, estáte solo contigo mismo. Sumérgete cada ,vez más profundamente en tu propio ser. Disfruta de ti mismo, ámate a ti mismo.
Y poco a poco, te irás dando cuenta de que está apa­reciendo un gran gozo sin que haya una causa en el mundo exterior, no causado por lo exterior. Eso es meditación.

Sentado en silencio, sin hacer nada, llega la primavera y la hierba crece por sí sola. Siéntate en silencio y espera la primavera. Llega, siempre llega, y cuando llega, la hierba crece por sí sola. Verás que surge en ti un gran gozo sin ninguna razón en absoluto. ¡Entonces, compártelo, entonces, dalo a la gente! Entonces, tu caridad será interior. Entonces, no será tan solo un medio para conseguir alguna meta; entonces, tendrá un valor intrínseco.

Y una vez que te has convertido en un meditador, ¡sannyas no está lejos! Particularmente, mi sannyas no es otra cosa que vivir en el mundo ordinario, pero vivir de tal manera que uno no sea poseído por él; permaneciendo trascendental, permaneciendo en el mundo y a la vez un poco por encima de él. Eso es sannyas. No es el sannyas al viejo estilo, en el que tienes que huir de tu esposa, tus hijos, tu negocio, y retirarte al Himalaya. Ese tipo de cosas no ha funcionado en absoluto. Muchos se reti­raron al Himalaya, pero se llevaron sus estúpidas mentes con ellos. El Himalaya no ha sido de ninguna utilidad para ellos; por el contrario, han destruido la belleza del Himalaya, eso es todo. ¿Cómo podría ayudarte el Himalaya? Puedes retirarte del mundo, pero no puedes dejar la mente. La mente se irá contigo; está dentro de ti. Y donde sea que tú estés, tu propia mente creará el mismo tipo de mundo a tu alrededor.

Un gran místico se estaba muriendo. Llamó a su discípulo, a su discípulo principal. El discípulo estaba muy contento porque el maestro lo había llamado. Eran una multitud y lo estaba llamando solo a él; le daría alguna clave secreta que hasta ahora no le había dado a nadie. “¡Esta es la forma de elegirme como su sucesor!”. Se acercó.
El maestro le dijo: “Solo tengo una cosa que de­ cirte. Yo no le hice caso a mi maestro; él también me lo dijo cuando se estaba muriendo, pero yo era estú­ pido y no le hice caso, y ni siquiera comprendí lo que quería decir. Pero por mi propia experiencia, yo te digo que tenía razón, aunque cuando me lo dijo, me pareció muy absurdo”.
El discípulo preguntó: “¿De qué se trata? Por fa­ vor, dímelo. Intentaré seguirlo palabra por palabra”.
El maestro dijo: “Es algo muy sencillo: ¡nunca, ja­ más en la vida, tengas un gato en casa!”. ¡Y antes de que el discípulo pudiera preguntarle por qué, el maes­ tro murió!
Ahora se sentía desorientado; ¡qué cosa tan absur­ da! ¿Y ahora a quién iba a preguntar? Preguntó entre los más viejos del lugar: “¿Hay alguna pista que pueda ayudar a descifrar este mensaje? ¡Tiene que encerrar algún misterio!”.
Un viejo le dijo: “Sí, yo lo sé, viene de que su maestro —el maestro de tu maestro—le dijo: ‘¡Nunca, jamás tengas un gato en casa!’. Pero él no le hizo caso.
Yo conozco la historia completa”.
El discípulo le rogó: “Por favor, cuéntemela para que yo pueda comprender. ¿Cuál es el secreto que se oculta detrás de todo esto? Quiero que me lo descifres para poder seguirlo”.
El viejo se rió. Le dijo: “Es una cosa muy sencilla, no es absurda. El maestro de tu maestro pasó un gran mensaje, pero él nunca preguntó: ‘¿Qué significa todo esto?’. Tú, por lo menos, eres lo bastante inteligente como para preguntarlo. El simplemente se olvidó de ello. Tu maestro era joven cuando le pasaron el men­saje; solía vivir en el bosque, solo tenía dos prendas de vestir; eso era todo lo que poseía. Pero había grandes ratas en la casa que roían sus ropas, y una y otra vez tenía que pedir ropa a los aldeanos.
”Los aldeanos le dijeron: ‘¿Por qué no te haces con un gato? Tú simplemente ten un gato y el gato se comerá las ratas y no tendrás problema. Porque si no —nosotros somos gente pobre—, ¿cómo vamos a pro­porcionarte ropa nueva todos los meses?’.
”Era lógico que le pidiera a alguien un gato. Se consiguió el gato, pero entonces fue cuando empezó el problema. El gato sin duda salvó su ropa, pero necesi­taba leche, porque una vez que se acabaron las ratas, el gato estaba famélico. Y el pobre hombre no podía meditar porque el gato siempre estaba allí, maullando, gritando, moviéndose a su alrededor una y otra vez.
”Fue a los aldeanos y estos le dijeron: ‘Esta es una difícil cuestión; ahora tenemos que proporcionarte leche. Podemos darte una vaca. Se acabó, llévate una vaca. Puedes bebería tú y también tu gato. De esa for­ma, no tendrás que venir tampoco por tu comida’.
”La idea era absolutamente correcta. Se llevó la vaca… entonces empezó el mundo. La vaca necesitaba hierba, y la gente le dijo: ‘En las próximas vacaciones vendremos; haremos un claro en el bosque, preparare­mos la tierra. Tú empieza a sembrar un poco de trigo, otras cosas, y deja una parte para la hierba’.
”Y los aldeanos vinieron de acuerdo a lo prome­tido. Aclararon el bosque, limpiaron el terreno, plan­taron trigo. Pero entonces, había un gran problema: había que regar… Y todo el día el pobre hombre estaba ocupado cuidando el sembrado. ¡No había tiempo para meditar, no había tiempo para leer las escrituras!
”De nuevo, volvió a los aldeanos. Les dijo: ‘Cada vez me estoy metiendo en más dificultades. Ahora la cuestión es cuándo meditar; no me queda ningún tiempo’.
“Ellos le contestaron: ‘Tú espera. Una mujer se acaba de quedar viuda, todavía es joven y tenemos miedo de que tiente a los más jóvenes del pueblo. Por favor, llévatela contigo. Y además, ella goza de buena salud; cuidará de tu campo, de la vaca, del gato, y te cocinará, y además también es muy religiosa’.
”Así es como las cosas llegaron a su lógica con­clusión. ¡Ahora, a dónde ha llegado el hombre desde el gato!
”Así que la mujer vino y empezó a cuidarle, y él se sintió muy feliz durante unos días. Ella le daba ma­sajes en los pies… y poco a poco, ocurrió lo que tenía que ocurrir; se casaron. Y en la India, cuando te casas, tienes por lo menos una docena de hijos; ¡una docena es lo mínimo! Así que toda meditación, todo sannyas, desapareció.
”Él solo se acordó cuando se estaba muriendo. Recordó de nuevo que cuando su maestro estaba mu­riendo le había dicho: ‘Ten cuidado con los gatos’. Por eso, él te lo ha dicho a ti. ¡Ahora tú ten cuidado con los gatos! Un solo paso en la dirección errónea y tienes que seguir por el camino erróneo; y tu mente te acom­paña adonde vayas”.

Yo he estado en el Himalaya. Una vez estuve en una parte profunda del Himalaya con dos amigos míos. Entramos en una cueva vacía; era tan bonita que pasamos la noche allí. Por la mañana, vino un monje y dijo: “¡Salid! ¡Esta cueva es míaT.
Yo le contesté: “¿Cómo puede ser esta cueva tuya? A mí no me lo parece; esta es una cueva natural. Tú no la reclamas, no puedes reclamarla, tú no la has construido. Además, tú, que has renunciado al mundo, a tu casa, a tu mujer, a tus hijos, a tu dinero, a todo lo demás, y ahora la estás reclamando, diciendo “Esta cueva es mía; ¡salid de aquí!” ¡Esta cueva no es de nadie!.
El se enfadó mucho. Dijo: “Tú no me conoces; ¡yo soy un hombre peligroso! No te la puedo dejar. ¡He vivido en esta cueva durante trece años!”.
Lo provocamos todo lo que pudimos y él estaba comple­tamente encendido, dispuesto a pelear, ¡dispuesto a matar! Y entonces, yo le dije: “Espera; nos marcharemos. Simplemente, te estamos provocando para mostrarte que, a pesar de que hayan pasado trece años, tú tienes la misma mente. Ahora esta cueva es “tuya” porque tú has vivido aquí trece años, así que es tuya. No la has traído contigo a este mundo y no te la llevarás contigo cuando mueras. Además, nosotros no nos vamos a quedar aquí; simplemente, hemos pasado la noche. Nosotros no somos más que viajeros, no somos monjes. Tan
solo he venido para ver cuánta gente estúpida vive por estos lares. ¡Y tú pareces ser el campeón!”.

Puedes renunciar al mundo… serás el mismo. Volverás a crear el mismo mundo de nuevo, porque llevas la huella en la mente. No es cuestión de abandonar el mundo, es cuestión de cambiar la mente, renunciar a la mente.

Eso es meditación.

 

OSHO

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