«En otros tiempos, cuando los dioses aún parecían muy cercanos a los hombres, había en una ciudad pequeña dos cantantes con idéntico nombre.»
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En otros tiempos, cuando los dioses aún parecían muy cercanos a los hombres, había en una ciudad pequeña dos cantantes con idéntico nombre: Orfeo. |
Uno de ellos era el grande. Había inventado la cítara, una forma primitiva de guitarra y, cuando tocaba sus cuerdas para cantar, la naturaleza a su alrededor quedaba encantada, los .mímales salvajes reposaban mansamente a sus pies y los árboles más altos se inclinaban hacia él. En definitiva, nada se resistía a sus melodías. Como era tan grande, cortejó a la mujer más bella. Después empezó el ocaso. Mientras se estaba celebrando la boda, la bella Eurídice murió. La copa estaba colmada y antes de llegar a sus labios, se rompió. Pero para el gran Orfeo la muerte no fue el final. Mediante su arte sublime encontró la entrada a los Infiernos, bajó al Reino de las Sombras, atravesó el Río del Olvido, logró pasar delante del Cancerbero, llegó con vida al trono del Dios de los Muertos y lo conmovió con su cantar para que liberara a Eurídice, aunque con una condición… Tan feliz estaba Orfeo que no percibió la malicia en este favor. Emprendió el camino de vuelta oyendo tras de sí los pasos de la mujer amada. Pasaron ilesos ante el Cancerbero, atravesaron el Río del Olvido, comenzaron la subida hacia la luz. Ya la veían de lejos… De repente, Orfeo oyó un grito: Eurídice había tropezado. Se giró sobresaltado y volvió a ver las sombras desvanecerse en la noche: estaba solo. Anegado en su dolor, cantó la canción de despedida: «¡Ay, la perdí, toda mi felicidad se fue con ella!». |
Encontró el camino a la luz del día, pero la vida se le había hecho extraña entre los muertos. Cuando unas mujeres borrachas quisieron llevarlo a la fiesta del vino nuevo, se negó, y ellas lo desgarraron vivo. Tan grande fue su desdicha como vano su arte. Pero, ¡todo el mundo le conoce! El otro Orfeo era el pequeño. No era más que un cantor, actuaba en fiestas sencillas, tocaba para gente sencilla, proporcionaba una alegría sencilla, y él mismo se lo pasaba bien. Como no podía vivir de su arte, aprendió también otra profesión corriente, se casó con una mujer corriente, tuvo hijos corrientes, pecaba de vez en cuando, era corrientemente feliz y murió viejo y colmado de vida. Pero nadie lo conoce… ¡Menos yo! |
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