«Llegamos con las manos vacías y nos iremos con las manos vacías, de modo que ¿para qué reclamar tanto entre medias?»

CON LAS MANOS VACÍAS – Osho

«Llegamos con las manos vacías y nos iremos con las manos vacías, de modo que ¿para qué reclamar tanto entre medias?»

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LLEGAMOS CON LAS MANOS VACÍAS y nos iremos con las manos vacías, de modo que ¿para qué reclamar tanto entre medias? Pero eso es lo que sabemos, lo que nos dice el mundo: posee, domina, ten más que los demás. Puede ser dinero o puede ser virtud; no importa con qué clase de moneda comercies: puede ser mundana o espiritual. Pero debes ser muy listo, porque si no te explotarán. Explota y no te dejes explotar: ése es el sutil mensaje que te transmiten con la leche de tu madre. Y todos los colegios y las universidades están basados en la idea de la competición.

Una verdadera educación no te enseñará a competir; te enseñará a colaborar. No te enseñará a pelear para llegar el primero. Te enseñará a ser creativo, a ser cariñoso, a ser dichoso sin compararte con los demás. No te enseñará que sólo puedes ser feliz si llegas el primero: es una estupidez. No puedes ser feliz simplemente por ser el primero, y al intentar ser el primero sufrirás tanto que cuando lo consigas te habrás acostumbrado al sufrimiento.

Cuando llegues a presidente o primer ministro de un país habrás sufrido tanto que el sufrimiento será tu segunda naturaleza. No conoces otra manera de vivir; sólo la del sufrimiento. La tensión ha arraigado en ti; la angustia se ha convertido en tu modo de vida. No conoces otro modo. Así que aunque seas el primero seguirás angustiado, cauto, con miedo. Tu cualidad interna no cambiará en absoluto.

Una educación de verdad no te enseñará a ser el primero. Yo te digo que disfrutes de lo que haces, no por los resultados, sino por el acto en sí. Al igual que un pintor, un bailarín o un músico.

Puedes pintar de dos maneras: para competir con otros pintores, porque quieres ser el mejor pintor del mundo, quieres ser un Picasso o un Van Gogh. Entonces tu pintura será de segunda categoría, porque a tu mente no le interesa la pintura en sí; le interesa que seas el primer pintor del mundo, el mejor. No profundizas en el arte de la pintura. No disfrutas de ella, sólo la utilizas como un peldaño. Te has metido en un viaje del ego, y el problema radica en que para ser pintor de verdad tienes que deshacerte por completo del ego. Para ser pintor de verdad, hay que dejar el ego a un lado. Sólo así podrá fluir por ti la existencia. Sólo así podrás utilizar tus manos, tus dedos y tus pinceles como vehículos. Sólo así puede nacer algo de esa magnífica belleza.

Tú no creas la verdadera belleza, sino que ésta se crea a través de ti. La existencia fluye; tú eres sólo un conducto. Tú dejas que ocurra, y nada más; tú no lo obstaculizas, y nada más.

Pero si te interesan demasiado los resultados, los resultados últimos, que tienes que hacerte famoso, que tienes que ganar el premio Nobel, que tienes que ser el mejor pintor del mundo, que tienes que derrotar a todos los demás pintores que han existido hasta la fecha, entonces no te interesa la pintura; la pintura es algo secundario. Y, naturalmente, si sientes un interés secundario por la pintura, no podrás pintar nada original; todo será normal y corriente. El ego no puede traer nada extraordinario al mundo; lo extraordinario sólo se produce con la ausencia del ego. Y lo mismo ocurre con el músico, el poeta y el bailarín. Lo mismo ocurre con todo el mundo.

Dice Krisna en el Bhagavad Gita: «No pienses en absoluto en el resultado». Es un mensaje de belleza, trascendencia y verdad prodigiosas. No pienses en los resultados. Haz lo que estés haciendo con todo tu ser. Piérdete en ello, pierde al hacedor en el hacer. No «seas»; deja que tus energías creativas fluyan sin obstáculos. Por eso le dijo a Arjuna: «No huyas de la guerra… porque veo que esa huida no es sino un viaje del ego. Tu forma de hablar demuestra que estás calculando, que estás pensando que huyendo de la guerra llegarás a ser un gran santo. En lugar de someterte al todo, te estás tomando a ti mismo demasiado en serio, como si al pensar que tú no estás en ella no habrá guerra».

Krisna le dice a Arjuna: «Debes encontrarte en un estado de dejarte llevar. Dile a la existencia: “Utilízame como quieras. Estoy a tu disposición, incondicionalmente a tu disposición”. Entonces, pase lo que pase a través de ti será completamente auténtico. Tendrá intensidad, tendrá profundidad, tendrá el efecto de lo eterno».

Jesucristo dice: «Recuerda que los primeros en este mundo serán los últimos en el reino de los Cielos, y que los últimos serán los primeros». Os ha dado la ley fundamental, os ha dado la ley eterna, inagotable: no intentes ser el primero. Pero recuerda una cosa, que puede suceder, porque la mente es tan astuta que puede deformar la verdad. Puedes empezar a intentar ser el último, pero entonces resulta que no has entendido nada. Entonces empieza otra competición: «Tengo que ser el último», y si alguien dice: «Yo soy el último», vuelve a comenzar la lucha, el conflicto.

Conozco una parábola sufí:

Un día, Nadirsha, un gran emperador, estaba rezando. Eran las primeras horas de la mañana; aún no había salido el Sol y estaba oscuro. Nadirsha estaba a punto de iniciar otra conquista, de otro país, y naturalmente, quería que Dios lo bendijera para su victoria. Le decía a Dios: «Yo no soy nadie, sólo un siervo, un siervo de tus siervos. Dame tu bendición. Voy a trabajar por ti; esta victoria es tuya. Pero recuerda que yo no soy nadie. Sólo soy un siervo de tus siervos».

A su lado había un sacerdote, ayudándolo en sus rezos, actuando como mediador entre Dios y él. Y de pronto oyeron otra voz en la oscuridad. También estaba rezando un mendigo de la ciudad, que le decía a Dios: «Yo no soy nadie. Sólo un siervo de tus siervos».

El emperador dijo:

«¡Habrase visto ese mendigo! Le está diciendo a Dios que no es nadie. ¡Basta de tonterías! ¿Quién eres tú para decir que no eres nadie? Nadie soy yo y nadie más puede afirmar eso. Yo soy el siervo de los siervos de Dios. ¿Quién eres tú para decir que tú eres el siervo de sus siervos?».

¿Lo comprendéis? La competición sigue ahí, la misma competición, la misma estupidez. Nada ha cambiado. El mismo cálculo: «Tengo que ser el último. No puedo consentir que nadie sea el último». La mente puede seguir jugando a estos juegos si no comprendes las cosas, si no eres muy inteligente.

Jamás intentes ser feliz a expensas de la felicidad de otro. Eso es feo, inhumano. Es violencia en el verdadero sentido de la palabra. Si piensas que vas a ser santo por condenar a los demás por pecadores, tu santidad no es sino un nuevo viaje del ego. Si te consideras puro por estar intentando demostrar que los demás son impuros… eso es lo que vuestros santos hacen sin cesar. No paran de alardear de su santidad, de su pureza. Ve a ver a vuestros llamados santos y míralos a los ojos. ¡Cómo te censuran! Dicen que estáis todos condenados al infierno; os condenan a todos. Escucha sus sermones; todos sus sermones son de condena. Y por supuesto escuchas en silencio su condena porque sabes que has cometido muchos errores en tu vida, que tienes muchas faltas. Y lo han condenado todo, de modo que es imposible que pienses que puedes ser bueno. Te gusta la comida: eres un pecador. No te levantas temprano por las mañanas: eres un pecador. No te acuestas temprano por la noche: eres un pecador. Lo han dispuesto todo de tal manera que resulta muy difícil no ser pecador.

Sí, ellos no son pecadores. Ellos se acuestan temprano y se levantan temprano por la mañana. ¡Como no tienen nada más que hacer…! Nunca cometen errores porque no hacen nada. Se limitan a estar sentados, poco menos que muertos. Pero claro, si haces algo, ¿cómo vas a ser santo? De ahí que el santo lleve siglos renunciando al mundo y escapando del mundo, porque estar en el mundo y ser santo parece algo imposible.

En mi opinión, a menos que estés en el mundo, tu santidad no tiene ningún valor. Has de estar en el mundo y ser santo. Hay que definir la santidad de una forma completamente distinta. No vivir a costa de los placeres de otros: eso es la santidad. No destruir la felicidad de otros, ayudar a otros a que sean felices: eso es la santidad.

¡Crea el clima en el que todos puedan sentir un poco de alegría!

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Si vas en busca de la felicidad, hay algo seguro:
no vas a lograrla. La felicidad es siempre un derivado, no la consecuencia directa de una búsqueda.

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