«Cura las percepciones erróneas que han lastrado tu alma durante siglos, eleva tu conciencia a otro nivel y ve el Calvario con nuevos ojos.»

LOS SECRETOS DEL CALVARIO – Ana, la abuela de Jesús

«Cura las percepciones erróneas que han lastrado tu alma durante siglos, eleva tu conciencia a otro nivel y ve el Calvario con nuevos ojos.»

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Cuando se llevaron a Yeshua del jardín, Pedro Simón y Juan ben Zebedeo lo siguieron inmediatamente detrás de los guardias. Judas Iscariote, que caminaba con el jefe de la guardia de Anás, entró en el palacio de Caifás. María Magdalena se quedó esperando en las escaleras de la puerta, acompañada por un pequeño grupo de discípulos de ambos sexos. El resto de nosotros continuamos hasta llegar a nuestras distintas posiciones asignadas dentro y fuera de la ciudad amurallada.

Yo permanecí con María Ana y otras mujeres hasta que recibimos nuevo aviso. Uno de los asistentes de José de Arimatea nos había escoltado a otra de sus residencias ubicada al noroeste de los baños de Betesda. Esta casa era discreta y pequeña y la conocía muy poca gente. Fuimos allí porque estaba relativamente cerca del amplio jardín de José, que se extendía más allá de la muralla exterior. Sabíamos que José había hecho excavar una gran tumba en una ladera empinada que no era cultivable. Este sería el lugar de sepultura para el proceso de resurrección.

Aunque no estuve presente en los interrogatorios de Herodes, los sumos sacerdotes o Poncio Pilato, vi y sentí en mi visión interior y mi corazón empático la dureza y brutalidad de los azotes que desgarraron la piel de mi nieto. No podía evitar estremecerme cuando ocasionalmente golpeaban brutalmente su espalda y sus piernas, a pesar de que yo sabía que él podía soportarlo, transmutando sus sensaciones físicas a través de las prácticas espirituales que dominaba.

Yeshua entendió el sentido iniciático más elevado de la corona de espinas y el manto púrpura como representaciones de la soberanía espiritual que era su legítima herencia. No se sintió en absoluto humillado cuando le colocaron la corona y el manto sarcásticamente, como sus perseguidores pretendían. La desastrosa burla que tuvo lugar en la sala del juicio no movió a Yeshua de su centro de calma, pero el sadismo incitó aún más la histeria de la multitud creciente que comenzó a repetir el absurdo clamor de los sacerdotes: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»

Benjamín llegó con la noticia de que estaban llevando a Yeshua al Gólgota, o Lugar de la Calavera, uno de los enclaves fuera de las murallas de la ciudad donde se ejecutaba la pena capital. El Gólgota estaba cerca del jardín donde José había hecho excavar recientemente la tumba en la ladera. Empezamos a oír gritos horribles, retumbar de tambores y el golpeteo seco y repetitivo de cascos de caballos.

Mi labor consistía en mantener la calma y estar centrada. Pero ¿cómo?, pues reconocía la vibración del miedo haciendo un nudo en mi estómago. Respiré profundamente, llevando mi cuerpo al presente, y recé: «Oh, Dios Padre mío, no me abandones, porque sé que te expresarás a través de mí, haciendo que haga aquello que se requiere de mí en esta hora tan oscura. Santa Madre, en tu misericordia, transmuta el odio y el sufrimiento en los corazones de estos, tus hijos, que no saben lo que hacen. Oh, Madre bendita, Madre de todas las cosas, sostenme firmemente en tu corazón compasivo, que es una fuente de amor puro que perdona. Que mi corazón, que se ha roto muchas veces con las tribulaciones de la vida, ame hoy como nunca antes ha amado». Entonces, recordando las palabras de mi amado nieto cuando calmó a los elementos enfurecidos, me erguí y decreté: «Paz. Cálmate y sabe que YO SOY Dios».

A mi lado, el cuerpo de María Ana se estremeció y su rostro palideció. Entonces se irguió, se alisó la falda con determinación y enderezó sus hombros. Apretó la mandíbula y torció los labios, como solía hacer de niña cuando tenía una tormenta de furia. Vino hacia mí y me apretó las manos, llevándolas a su corazón. Nos miramos profundamente a los ojos y nos zambullimos en el pozo sin fondo de amor de la Madre Divina. Respirando juntas, no nos movimos hasta que estuvimos firmemente ancladas en el centro de la presencia de nuestro Dios. Aunque al principio parecía que nuestros corazones se fueran a romper en cualquier momento, nos consoló la gracia de los ángeles. A pesar de que nuestros pies parecían estar clavados en el suelo de piedra, nuestras almas se elevaron hacia el cielo. Al elevarnos, nos invadió la calma. Cuando tuvimos claridad, Benjamín prudentemente nos acompañó a la calle atestada.

José sabía que seguramente el Sanedrín reclamaría su presencia, así que inmediatamente después de la detención de Yeshua, él personalmente escoltó a Mariam y Natanael, Andrés, Lucas y sus esposas al jardín de la sepultura. Luego, se fue directamente a la casa de un confidente, que también era un miembro adjunto del Sanedrín. Juntos se unieron rápidamente a otros miembros del Consejo y fueron al palacio de Caifás para presenciar los interrogatorios.

Los discípulos que tomaron sus posiciones asignadas en el interior del sepulcro del jardín, contribuyeron manteniendo una matriz de energía poderosa en este punto estratégico. A pesar de que no estuvieron presentes físicamente, eran muy conscientes de las escenas brutales que ocurrían detrás de paredes de piedra y en la colina árida del Gólgota, mientras esperaban para ayudar en el proceso de resurrección de Yeshua dentro de la cueva santuario.

María Magdalena y los otros discípulos principales siguieron a Yeshua a todos sus interrogatorios y lo esperaron a la salida de la sala del juicio. María caminaba detrás de su amado mientras este se dirigía lentamente al Calvario. Ataron un travesaño, la parte horizontal de la cruz, a su espalda lacerada. Los espectadores frenéticos eran arrastrados por la multitud que empujaba hacia delante a un Yeshua que se tambaleaba. Mientras arrastraba su pesada carga, continuaban gritando histéricamente: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Yeshua ben José, Rey de los Judíos!»

La muchedumbre enloquecida se burlaba y escupía a María Magdalena, llamándola prostituta del diablo y pidiendo que fuera apedreada. Entonces, cuando Yeshua se volvió a caer y no se pudo levantar a pesar de los latigazos de los soldados, ordenaron a Simón, un cirineo presente en la multitud, que llevara la viga transversal, que fue desatada y cargada en su hombro. Simón, que no conocía a Yeshua, llevó el pesado tronco de madera sin pulir el resto del camino empinado. Él no tenía ni idea de cómo esta experiencia cambiaría su vida para siempre.

Cuando el pequeño grupo de miembros de la familia, incluyendo a María Ana y a mí, llegó cerca de la puerta de Damasco, ya habían pasado otros dos hombres por allí cargando vigas transversales. Estaban siendo acostados sobre los maderos largos, que aún no habían sido erigidos verticalmente en el punto más alto del Gólgota. Otros discípulos se unieron a esos dos que iban a ser crucificados en la loma azotada por el viento. Sus lugares de crucifixión estaban a ambos lados del de Yeshua. Esperamos a Yeshua dentro de la puerta y lo seguimos cuando la cruzó lentamente, seguido de un Simón desfalleciente, que a veces maldecía pues no entendía completamente lo que le habían obligado a hacer.

El tiempo pareció detenerse mientras veíamos cómo el cuerpo de Yeshua era crucificado en la cruz montada. A continuación, alzaron el poste vertical y lo colocaron en su lugar. Repentinamente, el viento se convirtió en un vendaval. En poco tiempo, tormentas de arena oscurecieron el horizonte y torbellinos de viento se arremolinaron a nuestro alrededor, azotando nuestras caras con fuerte furia. Nubes siniestras oscurecieron el sol, y descargas de rayos perforaron el cielo. Truenos incesantes ensordecían nuestros oídos. La luna se deslizó lentamente entre la tierra y el sol, eclipsando la luz del sol.

Recordé las palabras de Yeshua: «Cuando llegue el tornado y el sol se oscurezca, mirad hacia arriba a los mundos celestiales, allí me encontraréis». Recordé las palabras de Yeshua cuando partió el pan en su «última» cena, «…me verás de acuerdo con el contenido de tu corazón. Si tu corazón está lleno de la luz de mi Padre y el amor santo de mi Madre, así me verás también, elevado hacia esa misma luz y amor. Si tu corazón está preso en la oscuridad del miedo que predomina a tu alrededor, verás a este cuerpo quebrarse en el madero de la crucifixión. Mi cuerpo de carne terrenal te parecerá como este pan que está partido en el plato».

También recordé mi promesa de mantener el camino seguro para aquellos que ahora estaban demostrando pública y literalmente la iniciación de la crucifixión de la escuela de misterio de esta manera extremadamente violenta.

Así que continué ciñéndome a la verdad de que «Todo Está Bien», aunque el caos que me rodeaba le decía a mis sentidos físicos y a mi cuerpo emocional que me estaba engañando a mí misma. Estaba decidida a centrar mi atención en esa realidad más elevada que estaba sostenida por la conciencia de unidad de las dimensiones superiores. Respiré, no inconscientemente, como respira un mortal de la tercera dimensión, sino conscientemente, como un adepto inmortal, respirando prana o fuerza vital a través de mi canal central. Entonces mi percepción del tiempo y del espacio cambió. Me di cuenta de mi conexión con mi Fuente Divina. Mi visión interior se abrió y fui testigo de que la conciencia de Yeshua estaba separada de su cuerpo físico. Él estaba completamente unificado con su cuerpo inmortal de luz dorada, que él llamó Abba.

En su cuerpo de luz, ayudó a los dos hombres que estaban colgados a su lado a viajar al inframundo y a los reinos paradisíacos. Vi que María Magdalena había bilocado su conciencia y se había unido a su amado en este poderoso trabajo de elevación que se estaba imprimiendo simultáneamente en la Tierra y en los átomos de todos los seres vivos.

Lo que se requería de mí era cada vez más claro. A pesar de que tuve que enfrentarme a esta atrocidad increíble, estaba decidida a conocer la verdad y ver más allá de la ilusión. En medio de los truenos y los gritos crueles de la muchedumbre histérica, oí una voz apacible que le hablaba a mi corazón: «¡Todo se ha cumplido! ¡No hay muerte! ¡Suelta todo temor!» En los planos internos escuché telepáticamente a mi nieto proclamar: «¡Despierta y levántate! Venid, todas las naciones, dejad a un lado las armas de guerra que saquean y dividen. Reclama tu herencia que se te ha dado libremente. La vida eterna reina en el reino de cada átomo. Despréndete de tu codicia miedosa. ¡Sé amor! ¡Sé paz! ¡Amen y Amen! ¡Y así es!»

Al conectar nuestras conciencias, pude sentir que mi nieto no sintió ningún dolor cuando sus signos vitales se detuvieron. Yeshua no fue envenenado, como algunos han postulado, sino que utilizó plenamente el dominio que había adquirido durante muchos años de iniciación y práctica. Vi que el cordón de plata que conectaba su cuerpo físico y su alma estaba aún intacto, a pesar de que parecía estar muerto a los ojos profanos de la dimensión física.

Luché con todo mi ser para permanecer consciente y conectada a mi Fuente Creadora y a la conciencia de Yeshua, que se había fusionado completamente con su cuerpo de luz más elevado, el sahu. Las emociones primarias de terror, ira y dolor me abofetearon desde todas las direcciones. Grité: «Oh, Dios mío, ayúdame a amar y a perdonar. Seguro que estas personas no saben lo que están haciendo. ¡Sostenme y ábreme los ojos para ver la verdad que libera a toda la vida del sufrimiento!»

Era la puesta del sol y la Pascua estaba a punto de comenzar. José de Arimatea había obtenido autorización para retirar el cuerpo de Yeshua de la cruz para poderlo «enterrar» antes del sábado judío. La intensa tormenta y los temblores del terremoto continuaban oscureciendo el sol. El eclipse solar ya había pasado. Los pocos soldados que se quedaron durante todo el calvario, y los últimos espectadores obstinados y embelesados se alejaron lentamente, dejándonos a solas con el resto de los discípulos, que envolvieron el cuerpo inconsciente de Yeshua en mantas. Luego lo colocaron suavemente en un carro tirado por un caballo, y nos dirigimos con cuidado a la tumba cercana de José.

Así fue como Yeshua permitió que su yo separado «muriera», haciendo desaparecer por completo sus signos vitales y colocando toda su atención en su Dios Padre-Madre, con el que se había fusionado completamente en conciencia. Al decirte esto, mi querido amigo, recuerda que no fue el Cristo quien «murió», sino la ilusión de separación de la personalidad. Fue a través de la experiencia de la crucifixión que Yeshua consiguió su unión con Dios como un Cristo viviente.

Cuando sabes que Yeshua no sufrió por tu percepción de estar separado del amor, tú también puedes liberarte de la necesidad y el apego al sufrimiento en tu vida humana. Con amor todo es posible. Con atención plena, disciplina y devoción puedes llegar a darte cuenta de que tu Creador y tu presencia crística no están fuera de ti, sino que moran eternamente en el interior de tu conciencia. A medida que experimentas esta verdad que te redime y fortalece tu propio poder, disminuye en tu mente toda necesidad de un salvador externo. Cuando llegue el momento de pasar a un mayor conocimiento de la unión con Dios, como ocurrió con Yeshua, tú también tendrás todo el apoyo que necesites. ¡Acepta que eres el amado de Dios por toda la eternidad! Sólo tienes que soltar la percepción errónea del pasado de que eres un cuerpo que muere, y así reclamar la verdad de que Yeshua no murió, y que tú tampoco lo harás.

A fin de alcanzar las realizaciones de un Cristo, es útil ver tus problemas humanos desde una perspectiva superior, como en el ejemplo del teatro. Ahora respira conmigo y cura las percepciones erróneas y angustiosas que han lastrado tu alma por siglos, incluso eones. Eleva tu conciencia a otro nivel y ve el Calvario con nuevos ojos. Perdónate a ti mismo y a tu Dios interior de todas las apariencias externas de sufrimiento y condena, impotencia y traición, castigo y martirio, y los dramas humanos de víctima/tirano.

Respira lentamente. Relájate… Relájate… Relájate…

Tu alma tiene un pasaporte permanente a la eternidad. Sabiendo que no puedes volver al yo limitado que una vez fuiste, puedes dar la bienvenida al caos del gran cambio planetario que está ocurriendo a tu alrededor y dentro de ti. Con confianza y facilidad, puedes permitir el nacimiento de tu conciencia crística ascendente, que ha estado escondida y dormida en el vientre/tumba de tu corazón.

La oruga no puede convertirse en mariposa sin la iniciación de la crucifixión que conlleva su transformación liberadora. La crisálida es la cámara de nacimiento de la mariposa, pero también es la tumba de la oruga. Procedamos, entonces, y vayamos con Yeshua hacia el vientre y crisálida de su resurrección.

 

Extraído del libro “Ana, la abuela de Jesús”, canalizado por Claire Heartsong

www.claireheartsong.com/

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