José Hernández Amador (1877-1950) es, quizás, el escritor hispánico que más se parece al santo de Asís en lo humano y lo poético. De él decía Sebastián Padrón Acosta: “Incapaz de hacer el mal, todo lo perdona y vive en el encantado castillo de sus sueños, jardín quimérico donde se abren las rosas de su sentimiento y cordialidad. El poema “La sombra del Hermano de Asís” en la más pura técnica modernista, es producto de sus continuas lecturas de los santos. Fue leído públicamente en la inauguración de la catedral de La Laguna, en 1913.
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De un humilde peregrino cuenta el pueblo de Toscana una historia prodigiosa saturada de fragancia; Fiel relato que conmueve lo más hondo de las almas, de las almas que escudriñan buceando en limpia fuente devotas tradiciones de la raza… Yo percibo entre mis sueños, por la tierra agreste y parda una sombra lenta y suave, una sombra solitaria que en el aire va dejando un reguero luminoso al hollar de sus sandalias; es la sombra de otros tiempos, de otra edad noble y lejana cuyo trazo vigoroso, cuya línea consagrada puso cerco a los castillos frente al cerco de las lanzas, sin temor de los guerreros el estruendo de las armas ni los bélicos sonidos que emitían los clarines desde el mar a la montaña. Es la sombra cuyos brazos ampararon al humilde en las noches de borrasca. Es la sombra que recorre los senderos polvorientos, las estepas desoladas, y al portal de la pobreza sonriente y compasiva se acercaba… Y más tarde se perdía, eminente y temblorosa como el rastro de una estrella fugitiva que se apaga. Sacra sombra que errabunda, incansable relataba las doctrinas del Maestro en el fondo de los bosques, a las piedras y a las aguas… Evangélica figura cuya frente circundada por la fe resplandeciente, por un rayo de esperanza, en el seno de los siglo sus rosales legendarios aún esplenden rosas blancas. Oh, el humilde peregrino de los valles de Toscana; el seráfico viajero con aroma de plegaria, que sufriendo los desdenes de los hijos de la patria, nunca tuvo ni un reproche, ni un eco amargo su palabra; su palabra que el viento se extinguía… Y la luz de su mirada en las hondas agonías del ocaso ¡con qué extraños resplandores fulguraba! ¡Cuántas veces en mis sueños, esta sombra dulce y vaga, el lumínico sendero me han mostrado al pasar como una ráfaga; y el perfume de una rosa de una albura inmaculada ha caído cual rocío, como lluvia bienhechora en la sima tenebrosa de mi alma! Yo que vago solitario por la estepa desolada quiero ver tras de las nieblas de mis culpas, como rayo de esperanza el divino claror suave que en el oro de la gloria van dejando sus sandalias. |
Fuente: Fratefrancesco
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