¿QUIÉN HIZO A DIOS? – Paramahansa Yogananda

«Todo corazón, que ansía conocer a Dios, ha reflexionado al­guna vez sobre los enigmas de la creación y sobre cómo Dios mismo adquirió su Ser.»
Divulga Amor y Luz

«Todo corazón, que ansía conocer a Dios, ha reflexionado al­guna vez sobre los enigmas de la creación y sobre cómo Dios mismo adquirió su Ser.»

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Todo corazón, que ansía conocer a Dios, ha reflexionado al­guna vez sobre los enigmas de la creación y sobre cómo Dios mismo adquirió su ser, omnipotente y supremo. Ninguna de las escrituras sagradas ha respondido plenamente a estas pre­guntas, que aparentemente no se pueden contestar. Pero si re­flexionas y tratas de aprehender el alcance completo de este te­ma tal como lo voy a explicar, encontrarás las respuestas a di­chas preguntas, respuestas que yo he recibido de las profundi­dades de mi alma y de Dios mismo.

El Infinito, Dios, es la causa final de todas las criaturas fi­nitas. Dios proyecta el poder de maya, la tormenta de la enga­ñosa relatividad (la ilusión de que el Uno se ha vuelto múlti­ple) la cual, al desencadenarse sobre el océano de su Ser y de su deseo vibratorio de crear, provoca la manifestación de las olas de la creación finita. «Aunque Yo no tengo nacimiento iY sea en Esencia inmutable! también soy, sin embargo, el Señor de toda la Creación y morando en Mi propia Naturaleza Cós­mica (Prakriti) Me encarno en ella a través de maya-ilusión, desarrollada de Mi propio ser».

Manifestándose como Vibración Cósmica Inteligente Y creadora, y sirviéndose de la tormenta de la engañosa relativi­dad, Dios hace surgir de Sí Mismo todas las finitas olas vibra­torias de la mente, de la energía y de la materia, es decir, los electrones, protones, átomos, moléculas, células y bloques de materia sólida: multitudes de universos que flotan como islas en la esfera del espacio, circundados por radiaciones errantes.

     Así pues, la Vibración Cósmica Inteligente es la primera causa manifiesta de todas las cosas creadas, si bien las diversas formas finitas de la materia son creadas o producidas de mane­ra secundaria mediante agrupaciones y combinaciones de cier­tas formas básicas, a saber: las células provienen de moléculas, las moléculas de átomos, los átomos, de electrones y protones, los electrones y protones, de vitatrones y los vitatrones, de los ideatrones del Infinito.

    La creación existe, y es causada por Dios, luego Dios exis­te. Se puede decir que la creación inteligente existe debido a un Dios inteligente. Pero, ¿quién creó a ese Dios del que han sur­gido todas las demás cosas? La respuesta es: el Infinito mismo. La ley de la causalidad se aplica solamente a los objetos finitos, y no al Infinito. Al igual que todas las olas del océano vuelven a disolverse en el océano, así también los objetos finitos producidos por las causas finitas antedichas se diluyen en la Fuen­te Eterna de todo ser. De modo semejante, la ley de la causali­dad, que opera externamente en la creación, se desvanece en el Infinito.

Mediante la ley de la causalidad, nuestros primeros padres (las criaturas finitas que conocemos como Adán y Eva, que fue­ron creaciones especiales del Infinito) contribuyeron a la crea­ción de toda la humanidad. Ahora bien, puesto que nosotros so­mos creados por nuestros padres (y nuestros padres, por nues­tros abuelos y toda la raza humana, por Adán y Eva), nos ha­cemos la pregunta: “¿Quién creó a Dios?”. Esa pregunta equi­vale a aplicar al Infinito la ley de la causalidad que nos creó a nosotros, lo cual es un razonamiento erróneo.

Mientras te dejas mecer por las olas del mar no puedes obtener una perspectiva del océano en su totalidad. Desde el ai­re, sin embargo, resulta posible contemplar a vista de pájaro su enorme extensión. De la misma manera, cuando te concentras en la creación y estás sumergido en ella, no puedes ver nada más q ue la creación y la ley de causalidad que en ella rige. Pero, cuando cierras los ojos y aprendes a mirar en tu interior, no ves ni las formas finitas ni la ley que las produjo, sino que tie­nes atisbos del Infinito, que no tiene forma ni causa.

En las heladas tierras cercanas al Polo Norte, un esquimal que se encontraba cazando focas levantó la vista y vio a un viajero hindú que se le acercaba.

-¿De qué país vienes, amigo? –le preguntó–.

-Mi patria es la India –respondió el desconocido–. 

-¡Vaya! ¡Vaya! dijo –el esquimal– ¿Encuentran los hin­dúes buena y abundante carne de foca en la India?

     -¡Oh, no! No tenemos nada de eso –replicó sonriendo el vi­sitante–. Los hindúes se alimentan principalmente de vegetales.

     -¡Qué cosa tan absurda! –pensó el esquimal– ¡Nadie puede vivir sin carne de foca!

Lo mismo que el esquimal –ignorante de la existencia de otro régimen alimenticio distinto del suyo– pensó que todo el mundo comía carne de foca, así las criaturas finitas, habiendo sido ellas mismas creadas por la ley de la causalidad, piensan naturalmente que el Dios Infinito también comenzó a existir mediante la ley de la causalidad.

 

El Espíritu no está sujeto a la causalidad

     Es, pues, un necio error que los limitados seres humanos, nacidos según la ley de la causalidad, se formulen siquiera la pregunta “¿Quién hizo a Dios?”. El Infinito creó la ley de la causalidad que produjo, a su vez, todas las cosas finitas, pero el Infinito mismo existe sin haber sido causado. Al igual que un monarca absoluto puede dictar todas las leyes de su reino sin estar sometido a ellas, así el Rey del Universo determina todas las leyes de su reino (incluida la ley de la causalidad que rige su creación finita) sin que Él esté sujeto a sus propias leyes.

     “Yo, el Inmanifestado, ocupo el universo entero. Todas las cria­turas moran en Mí, pero Yo no moro en ellas.”

Aunque está presente en todas las cosas, Dios no está limitado por la finitud en modo alguno.

Por lo tanto, el Infinito es. Deducimos su existencia y su omnipotencia de sus formidables manifestaciones en la crea­ción. En ese estado de manifestación, su poder está plenamen­te activo; y durante la disolución cósmica, todo poder, inteli­gencia cósmica y la ley de la causalidad se vuelven inactivos y se disuelven en el Absoluto, para esperar allí el siguiente ciclo de la manifestación creadora de Dios. Las fuerzas de la tor­menta que crean las olas del mar se manifiestan en las olas; pe­ro cuando el océano está en calma, no manifiesta fuerza algu­na. De la misma manera, en el estado creativo, el Infinito ma­nifiesta inteligencia, mente, vibración, fuerzas y materia; y, en el estado inmanifestado, el Infinito existe solamente como Es­píritu, en el cual quedan disueltas todas las fuerzas. Del espa­cio proceden la luz, las nebulosas y el clima, y en el espacio se disuelven y ocultan de nuevo. Esa esfera que se encuentra más allá de toda manifestación es el escondite del Espíritu.

El Infinito, más allá de las categorías de inteligencia vibra­toria, energía, espacio y tiempo es, pues, algo en sí mismo: pue­de ser sentido y conocido como el Poder eterno que existe sin principio ni fin. La creación es causada por Dios, pero Dios simplemente es. Nadie ni nada hizo a Dios: Él ha sido y será lo que es por siempre y para siempre. “¡Oh, Arjuna! Nada hay su­perior a Mí, ni más allá de Mí. Todas las cosas (criaturas y ob­jetos) están ligadas a Mí, como las perlas de un collar ensarta­das en un hilo”. No podrás entender esto mientras te consi­deres un ser creado, que está sometido a las leyes de causa y efecto. Pero, tan pronto como logres experimentar tu unidad con Dios en el éxtasis, sabrás exactamente cómo es Él, qué es Dios: el Ser que no tiene principio, ni fin, ni causa. Entonces, al ser uno con Él, sabrás que también tú eres el Eterno Sin Cau­sa. Como hombre mortal, eres una criatura hecha por Dios; co­mo hombre inmortal que ha tomado plena conciencia de su di­vinidad, te reconocerás a ti mismo como una ola en el océano de Dios, que es la Única, autosuficiente y siempre existente Conciencia Cósmica.

 

PARAMAHANSA YOGANANDA

Self-Realization Fellowship

De su libro «La búsqueda eterna»

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