«El silencio de Jesús cuando Pilatos le preguntó: ¿Cuál es la Verdad?, es el imponente silencio de la profunda sabiduría.»

LOS CAMINOS DE LA FELICIDAD (10): «EL SILENCIO» – James Allen

«El silencio de Jesús cuando Pilatos le preguntó: “¿Cuál es la Verdad?”, es el imponente silencio de la profunda sabiduría.»

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(10) EL SILENCIO

 

¡Guarden silencio! La corona de la vida es silenciosa.

Den una hora tranquila a cada largo día. Perdemos mucho tiempo en charlas ociosas,
en intrigas, mentiras y habladurías.

Si desean reunir palabras que sirvan para algo y aprender la sabiduría que vale la pena expresar, dejen un momento la charla y el cuento vano para estudiar el dorado discurso del silencio.

HELEN M. WINSLOW

Quédate quieta, alma mía. Descansa un poco de las febriles actividades en las que te pierdes en palabrerías.
No tengas miedo de quedarte contigo a solas durante una corta hora cada día.

ERNEST CROSLY

 

En las palabras de un hombre sabio hay un gran poder, pero su silencio es más poderoso todavía. Los grandes hombres nos enseñan de manera más eficaz cuando están deliberadamente en silencio. La actitud silenciosa del gran hombre, que tal vez sólo advirtieron uno o dos de sus discípulos, se ha registrado y conservado a través de los tiempos; mientras que las palabras estridentes del orador ingenioso, escuchadas quizá por miles de personas y popularizadas en su momento, han logrado trascender, cuando más, unas cuantas generaciones para después caer en el olvido. El silencio de Jesús cuando Pilatos le preguntó: «¿Cuál es la Verdad?», es el impresionante e imponente silencio de la profunda sabiduría. Ese silencio está cargado de humildad y reprobación, censurando de manera perpetua esa superficialidad que se expresa en la frase «Los necios caminan por donde los ángeles temen dejar sus huellas», que, en términos trillados, puede significar la parcelación del universo o pensar que se puede revelar lo esencial del misterio de las cosas a través de alguna fórmula textual o trivialidad teológica. Cuando los agresivos brahmanes acosaban a Buda con preguntas sobre Brahma (Dios), éste permanecía en silencio, enseñándoles así más de lo que ya sabían. Y, si con su silencio no podía satisfacer a los tontos, con su profundidad instruía a los sabios. ¿Por qué ese incesante debate sobre Dios, si estaba cargado de intolerancia? Dejemos que los hombres practiquen en alguna medida la bondad y la buena voluntad, para que puedan conocer los sencillos elementos de la sabiduría. ¿Qué necesidad hay de todos esos argumentos especulativos sobre la naturaleza de Dios? Debemos entender primero algo sobre nosotros mismos. No hay mayores indicios de insensatez e inmadurez moral que la irreverencia y la presunción. No hay manifestación mayor de sabiduría y madurez moral que la reverencia y la humildad. Lao-Tsé, en su propia vida, demostró con su ejemplo la enseñanza de que el hombre sabio «imparte lecciones sin palabras». Sus discípulos se sentían atraídos hacia él debido al poder que siempre acompaña a la sabiduría. Como vivía en una relativa oscuridad y en silencio, sin adular los oídos de los hombres, y como nunca salía a enseñar, la gente lo buscaba y aprendía de su sabiduría.

Las conductas silenciosas de los grandes maestros representan para los sabios un faro, que ilumina su camino con resplandor seguro, porque, quien quiera alcanzar la virtud y la sabiduría, debe saber no sólo cuándo hablar y qué decir, sino también cuándo permanecer en silencio y qué no decir. El adecuado control de la lengua es el inicio de la sabiduría. El adecuado control de la mente es la consumación de la misma. Un ser humano toma posesión de su mente cuando sabe sujetar su lengua. Y tener la absoluta posesión de la mente significa ser un maestro del silencio.

El necio murmura, intriga, discute y entra en polémicas. Se vanagloria del hecho de tener la última palabra y de haber hecho callar a su oponente. Se regocija en su propia insensatez, está siempre a la defensiva y desgasta sus energías en procedimientos infructuosos. Se parece al jardinero que sigue cavando y sembrando en tierra estéril.

El sabio evita las palabras ociosas, los chismes, los vanos argumentos y la autodefensa. No se siente mal cuando ha experimentado una derrota, porque sabe que ha encontrado y eliminado otro error y que, al hacerlo, podrá ser más sabio. ¡Bendito sea el que no se empeña en tener la última palabra!

Miro hacia atrás, y me veo en la niebla discutiendo con competidores y lingüistas. Pero yo no he venido a discutir ni a escarnecer. Estoy aquí observando y… ¡espero!

El silencio ante las provocaciones es la impronta de un alma cultivada y comprensiva. La persona irreflexiva y grosera se enardece a la menor provocación y llega a perder el equilibrio mental incluso ante lo que considera una intrusión personal. La ecuanimidad de Jesús no es un milagro, es la flor de la cultura, la corona de la sabiduría. Cuando leemos de Jesús que «nunca contestó una palabra» y de Buda que «permanecía en silencio», vislumbramos el enorme poder del silencio, la majestuosidad silenciosa de la verdadera grandeza.

El hombre silencioso es el hombre de poder. El que es víctima de la palabrería está desprovisto de influencia, ya que sus energías espirituales se disipan. Cualquier mecánico sabe que, antes de utilizar y dirigir una fuerza, ésta se debe conservar y almacenar. El sabio es un mecánico espiritual que conserva las energías de su mente, las man- tiene como una reserva maravillosa y está preparado para dirigirlas con eficacia en cualquier momento hacia la realización del trabajo que sea necesario.

La verdadera fuerza reside en el silencio. Por eso la frase «perro ladrador, poco mordedor» es tan real. La expresión adusta y el silencio casi permanente del bulldog se suman para generar la poderosa, concentrada y eficaz respuesta por la que este animal es conocido y temido. Ésta, desde luego, es una forma inferior de silencio, pero el principio es el mismo. El jactancioso fracasa siempre porque desvía su mente del objetivo principal y malgasta sus energías en autoalabanzas. Su fuerza se divide entre la tarea que debe realizar y la recompensa que cree merecer y, la mayor parte, la dedica a alimentar su ansia de reconocimiento. Se parece al general incompetente que pierde la batalla porque divide sus fuerzas, en lugar de concentrarlas en un solo punto. O al ingeniero descuidado que deja abierta la válvula de descarga de su motor y deja que el vapor se agote. El hombre modesto, silencioso y serio tiene éxito: liberado de la vanidad, y evitando la disipación de la autoalabanza, concentra todos sus poderes en el desempeño exitoso de su tarea. Incluso, cuando otro hombre habla de sus poderes, él ya está trabajando y se halla mucho más cerca de concluir su faena que el otro.

Una ley que rige en todas partes afirma que la energía distribuida depende de la energía acumulada. Como se puede ver en la obra de Shakespeare, el tranquilo y modesto Orlando siempre superará al ruidoso y engreído Carlos.

Se puede aplicar a nivel universal la ley que afirma que en la serenidad reside la fuerza. El hombre de negocios que tiene éxito nunca habla de sus planes, sus métodos o sus asuntos. Pero, si se deja llevar por la euforia del triunfo y empieza a hacerlo, en ese momento comenzará a fracasar. Una persona de gran peso moral nunca habla de sí misma ni de sus victorias espirituales, porque sabe que si lo hiciera, en ese momento, su fuerza y su influencia moral se disiparían. Al igual que Sansón, perdería su fuerza. El éxito, mundano o espiritual, es el solícito servidor del propósito firme, constante, silencioso e inquebrantable. Las fuerzas desintegradoras más poderosas no hacen ruido. La mente que llega a vencer los más grandes obstáculos, trabaja en silencio.

Si deseas ser fuerte, útil y autosuficiente, debes aprender el valor y el poder de silencio. No hables de ti. El mundo instintivamente sabe que la persona que habla por hablar es una persona débil y vacía, así que la deja sola con su propia vanidad. No hables de lo que vas a hacer, mejor hazlo y deja que tu obra hable por sí misma. No pierdas tus fuerzas en criticar y desprestigiar el trabajo de los demás, mejor dedícate a realizar el tuyo lo mejor que puedas. El peor de los trabajos, si se hace con respeto y amor, siempre será mejor que el trabajo del que pierde su fuerza por la boca. Cuando menosprecias el trabajo de los demás, descuidas el tuyo. Si otros están haciendo mal su trabajo, ayúdalos e instrúyelos, haciéndolo tú mejor. No abuses de los demás ni tengas en cuenta si ellos abusan de ti. Cuando te ataquen, guarda silencio. De esta manera, te conquistarás a ti mismo y, sin emplear palabras, podrás enseñar muchas cosas a los demás.

Pero el verdadero silencio no es sólo una lengua silenciosa; es una mente silenciosa. Morderse la lengua, cuan- do la mente está trastornada y llena de rencor, no es una solución para la debilidad ni una fuente de poder. El silencio, para que sea poderoso, debe alcanzar a toda la mente, debe filtrarse en cada zona del corazón; debe ser el silencio de la paz. El ser humano llega a este silencio generoso, profundo y duradero, sólo en la medida en que va conquistándose a sí mismo. Si las pasiones, las tentaciones y los sufrimientos siguen perturbándonos, es que debemos seguir explorando las sagradas y recónditas profundidades del silencio. Seguir estando resentido por las palabras y acciones de otras personas, quiere decir que se sigue siendo débil, indómito e impuro. Así que libera tu corazón de las peligrosas influencias de la vanidad, del orgullo y del egoísmo para que ningún rencor, por pequeño que sea, pueda alcanzarte, para que no haya difamación o abuso que puedan interrumpir tu sereno descanso. Así como una fuerte tormenta ataca inútilmente una casa que está bien construida, mientras sus ocupantes están tranquilos y felices frente al fuego de la chimenea, ningún mal podrá afectar o dañar a alguien que cuenta con la protección de la sabiduría: con autocontrol y en silencio, permanecerá dentro de su paz interior. Éste es el gran silencio que alcanza el hombre que se ha conquistado a sí mismo.

La envidia, la calumnia, el odio,
el dolor y esa angustia que el hombre, equivocadamente, llama gozo,
ya no pueden torturarlo de nuevo.

No hay error más común entre los hombres que el de suponer que no se puede lograr algo sin hablar mucho y hacer mucho ruido. El insistente y superficial parlanchín cree que el pensador tranquilo o el hacedor silencioso son hombres desaprovechados. Cree que el silencio significa «no hacer nada», y que la prisa, el bullicio y la charla incesante significan «hacer mucho». También confunde la popularidad con el poder. Pero los pensadores y hacedores silenciosos son los verdaderos trabajadores eficaces. Su trabajo está en la raíz, en el corazón y en la esencia de las cosas. Y así como la silenciosa naturaleza, con asombrosa y velada alquimia, transmuta los elementos contaminantes de la tierra y del aire en hojas sensibles, en flores hermosas y en deliciosos frutos —en una multitud de colores y formas de belleza—, el resuelto trabajador silencioso transforma los caminos de los hombres y la faz del mundo con el poder y la magia de su energía dirigida de manera silenciosa. No pierde tiempo ni energía enredándose en la siempre cambiante y artificial superficie de las cosas, sino que se dirige al centro esencial de la vida y, desde ese momento, se dedica a trabajar en él. Y a su debido tiempo, quizá cuando su forma perecedera se retire del mundo, los frutos de su oscuro pero perdurable trabajo surgirán para alegrar la tierra. Pero las palabras del parlanchín desaparecen. El mundo no cosecha la siembra del ruido.

Quien conserva su fuerza mental también conserva su fuerza física. El hombre silencioso y tranquilo alcanza una mayor edad y goza de mejor salud que el ruidoso y apresurado. La armonía mental silenciosa y tranquila conduce a la armonía física, es decir, a la salud. Los seguidores de George Fox son, hoy en día, el sector más longevo y exitoso de la comunidad británica. Viven existencias tranquilas, sin ostentación, sencillas y provechosas, y evitan todas las emociones mundanas y las palabras innecesarias. Son personas silenciosas. Todas sus reuniones se rigen por el principio de que «el silencio es el poder».

El silencio es poderoso porque es el resultado de la conquista de uno mismo, y cuanto más exitosamente se gobierne un hombre a sí mismo, más silencioso se vuelve. A medida que consigue vivir para un propósito, y no para los placeres de su ego, se va alejando de las discordias del mundo exterior y empieza a escuchar la música interior de la paz. Por lo tanto, cuando esta persona habla, existe un propósito y un poder detrás de sus palabras, y, cuando permanece en silencio, existe un poder similar o incluso mayor. No pronuncia palabras que puedan generar dolor y lágrimas; no hace nada que pueda provocar angustia y remordimientos. Al decir y hacer sólo aquello que proviene de una meditación profunda, su conciencia está tranquila y todos sus días están bendecidos.

 

 
Capítulo 10 de su libro «Los caminos de la felicidad»
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