
«El justo no busca culpables, busca comprensión.»
Este mensaje de Jeshua sobre cómo ser justo y no justiciero nos alienta a trascender el juicio y el castigo para así adoptar la comprensión y la claridad del alma como la base de la verdadera Justicia.
EL JUSTICIERO – Jeshua
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Amados:
¡Yo Soy Jeshua!
Hoy voy a hablaros de la diferencia entre ser justo y ser justiciero, porque muchos de vosotros confundís la Pureza del Corazón con la dureza del juicio y el deseo de equilibrio con la necesidad de castigar.
Cuando encarnáis en este mundo, os encontráis en medio de un tejido de percepciones donde cada uno interpreta la realidad desde su propio nivel de conciencia. En ese entramado, lo que a uno le parece justo, a otro le resulta injusto; lo que para uno es compasión, para otro puede parecer debilidad. Por eso, el verdadero discernimiento no puede nacer del ego que compara y condena, sino del corazón que comprende.
Ser justo es ver con los ojos del alma; ser justiciero es mirar desde la herida. El justo no necesita imponerse, porque su verdad es clara, serena y libre de violencia. El justiciero, en cambio, busca la reparación desde el dolor, quiere que el otro sienta lo que él sintió, que pague lo que cree perdido, que devuelva lo que jamás le fue arrebatado realmente: la paz interior.
Os digo que ninguna pretendida justicia nacida del rencor puede restaurar la armonía. Puede ordenar temporalmente las apariencias, pero no sana las raíces. El alma justa no busca culpables, sino causas; no exige castigo, sino comprensión; no reclama venganza, sino transformación.
Comprended que la Justicia Divina no se parece a la humana. No pesa con balanzas ni mide con leyes; fluye como una corriente viva que restablece el equilibrio por resonancia. Cuando un alma elige el Bien, el universo entero se reordena a su favor. Cuando una alma elige el Amor, todo lo que estaba torcido encuentra su cauce sin necesidad de juicio.
Vosotros, muchas veces, exclamáis: «¡Esto no es justo!», y desde vuestro punto de vista humano tenéis razón. Pero la Vida —esa Inteligencia que os trasciende— contempla la Totalidad. Ella ve los hilos que unen vuestros actos, los aprendizajes ocultos, las promesas antiguas, las oportunidades secretas que se esconden tras cada aparente injusticia. Nada sucede sin un propósito que conduzca al despertar, aunque en el momento no podáis comprenderlo.
Por eso, os invito a mirar cada situación con los ojos del alma. Cuando sintáis el impulso de juzgar o corregir al otro, deteneos y preguntad: “¿Estoy actuando desde el amor o desde la herida?” Esa sola pregunta puede cambiar vuestro destino.
El justiciero se cansa, porque lucha contra la sombra. El justo descansa, porque confía en la Luz. El justiciero reacciona, el justo responde. El justiciero quiere tener razón, el justo quiere traer paz.
Ser justo no significa permitir el abuso ni callar ante el error, sino actuar sin odio, sin desprecio, sin deseo de humillar. Hay momentos en los que debéis poner límites y esos límites pueden ser firmes, pero cuando nacen del Amor no dejan cicatrices. La palabra justa corrige sin herir; el gesto justo detiene el daño sin multiplicarlo.
Imaginad una balanza sostenida por la Mano de Dios. En un platillo está el error y en el otro el Amor. Cuando vuestra respuesta contiene Comprensión, el Amor pesa más y lo equilibra todo. Cuando vuestra respuesta contiene rencor, el error se multiplica. Así opera la ley sutil del alma.
Muchos de vosotros habéis sido, en otras vidas, jueces, líderes, guerreros, reformadores… Habéis sentido el impulso de restaurar el orden y habéis creído que el fuego del juicio era el camino. Y aunque vuestra intención fuera noble, la experiencia os demostró que el castigo no transforma, sólo posterga el aprendizaje. El alma no evoluciona porque se la obligue, sino porque comprende.
Ser justo es acompañar la comprensión del otro, incluso cuando éste todavía yerra. Es sostener la visión de su inocencia esencial, aunque sus actos sean torpes. No hay justicia mayor que mirar a un hermano en su sombra y seguir viendo su Luz. Cuando logras eso, el universo entero se pacifica a tu alrededor. No hay guerras posibles donde hay Comprensión ni enemigos donde hay visión clara.
Recordad lo que os dije hace mucho: no juzguéis y no seréis juzgados. Esa frase no era una advertencia, sino una llave de libertad. El juicio os encadena al mismo nivel de energía que condenáis. Cada vez que juzgáis, os unís al campo del error. Cada vez que comprendéis, ascendéis al campo de la gracia.
Muchos me preguntan: “¿Y qué hacemos ante la injusticia del mundo, ante el dolor, la corrupción, el engaño?” Os digo: haced lo que nazca del amor, no de la ira. La ira puede parecer fuego purificador, pero casi siempre quema más de lo que limpia. El amor, en cambio, disuelve con la luz lo que la violencia intenta destruir con fuerza.
Si en vosotros surge la necesidad de cambiar algo en la sociedad, en vuestra familia o en vosotros mismos, hacedlo con claridad, pero sin condena. La claridad ve el error; la condena ve al enemigo. El justo actúa desde la claridad. El justiciero desde la condena.
El justo sabe que todo error es una llamada al despertar. El justiciero cree que es una amenaza a su poder o a su verdad. Por eso, el justo permanece en paz incluso en medio del conflicto, porque su fuerza no depende de ganar, sino de mantenerse fiel a su esencia.
Ser justo es actuar en armonía con la verdad del alma, incluso cuando el mundo no lo entienda. Es elegir el amor como medida, no la venganza. Es mantener el corazón limpio mientras se atraviesan las aguas turbias de la existencia.
No es fácil, ya lo sé. En este tiempo, la humanidad está sanando profundas memorias de juicio y castigo. Durante siglos habéis vivido bajo leyes que asociaban la justicia con el dolor, la redención con el sufrimiento, la corrección con el sacrificio. Pero el nuevo tiempo trae una energía distinta: la justicia del corazón, la que restaura en lugar de castigar, la que enseña en lugar de humillar, la que despierta en lugar de destruir.
Esa justicia nace en vosotros cuando aprendéis a miraros con ternura. Mientras seáis duros con vosotros mismos, seréis duros con los demás. El primer tribunal que deberíais disolver es el de vuestra mente, donde os juzgáis por cada error, donde os condenáis por no ser perfectos. No podéis ser justos en el mundo mientras seáis justicieros con vosotros.
Decid cada mañana: «Me permito aprender sin castigarme. Me permito crecer sin juzgarme. Me permito amar sin condiciones.» Entonces la energía del alma se aquieta y en esa calma florece la sabiduría. Y, desde ahí comprenderéis sin esfuerzo lo que antes intentabais forzar con la razón.
La Justicia del Alma es un estado de equilibrio interior. Cuando estás alineado con la Verdad, todo a tu alrededor se ordena. No necesitas imponerte, porque tu vibración hace el trabajo. No necesitas demostrar nada, porque tu paz lo revela todo.
El justiciero quiere cambiar el mundo desde fuera; el justo lo transforma desde dentro. El primero empuña la espada; el segundo enciende la lámpara. El primero lucha por tener razón; el segundo elige ser Luz.
Amados, yo no vine a la Tierra para fundar tribunales ni templos de juicio, sino para recordaros que la Verdadera Justicia es el Amor en Acción. El Amor que ve la inocencia más allá del error. El Amor que corrige sin destruir. El Amor que abraza incluso aquello que no comprende todavía.
Os pido que practiquéis esa justicia en los pequeños gestos. Cuando alguien os critique, responded con comprensión. Cuando alguien os mienta, responded con claridad sin desprecio. Cuando veáis el error ajeno, responded con la intención de elevar, no de aplastar. Esa es la Justicia que transforma el mundo.
Cada vez que actuáis con comprensión en vez de con juicio, un hilo de luz se extiende sobre la Tierra. Miles de esos hilos forman una red luminosa que ya está envolviendo vuestro planeta. Esa red no es castigo ni ley, sino Compasión activa. Cuando esa red esté completa, la humanidad conocerá una paz que nunca antes ha experimentado.
No esperéis que la justicia venga de los gobiernos, de los tribunales o de las religiones. Vendrá de vuestro corazón, uno a uno, cuando comprendáis que el Amor es la única ley que no necesita castigo.
Yo estoy con vosotros en ese aprendizaje. Cada vez que perdonáis, vuestra energía se acerca más a la mía. Cada vez que elegís la comprensión, vuestra voz se une a la mía en el coro invisible que sostiene al mundo.
No temáis que la dulzura os haga débiles. El Amor no es debilidad; es la fuerza más grande del universo. No temáis perder autoridad si elegís la Compasión; al contrario, ganaréis poder verdadero: el poder que nace del alma despierta.
Sed justos, amados, no justicieros. Sed Claridad, no castigo. Sed Comprensión, no juicio. Sed Amor, y la justicia de Padre-Madre obrará a través de vosotros sin esfuerzo.
Y cuando dudéis, recordad que el justo no se pregunta «¿Quién tiene razón?», sino «¿Qué traerá más Paz?». Esa simple pregunta es la brújula del corazón.
Os entrego mi paz, no como el mundo la da, sino como la Luz la engendra: profunda, silenciosa, invencible… Que cada uno de vosotros se convierta en un punto de equilibrio en la Tierra, un lugar donde las aguas del juicio se calmen y la voz del amor prevalezca.
Yo Soy Jeshua, y permanezco con todos vosotros en la Eterna Justicia del Corazón.
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