vivir con sencillez espiritual
«La sencillez no es restricción, es transparencia.»

«La austeridad como identidad es un disfraz espiritual. La sencillez, en cambio, es un estado de transparencia.»


Vivir con sencillez espiritual y no desde la austeridad es el eje de este mensaje del arcángel Uriel sobre cómo vivir con sencillez espiritual en una Tierra que ya vibra en otra frecuencia.

AUSTERIDAD Y SENCILLEZ – El arcángel Uriel

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¡Yo Soy Uriel!

Hoy os hablaré acerca de la diferencia que hay entre vivir con sencillez y vivir con austeridad, y por qué una manera impulsa vuestra expansión mientras que la otra os limita incluso cuando creéis que sirve a la Luz.

Siglo tras siglo habéis heredado la idea de que la elevación espiritual exigía privación, restricción, renuncia forzada y desapego entendido como pérdida. Tal narrativa fue útil durante una época porque el alma humana necesitaba comprender que no era dueña de lo que acumulaba y que podía liberarse del miedo a carecer. Dedicasteis numerosos existencias a desmenuzar ese miedo y la austeridad os reveló que la identidad no estaba en los bienes y por eso tuvo un propósito. Pero una herramienta que ya ha cumplido su función se transforma en lastre cuando os empeñáis en usarla fuera de su ciclo.

Vosotros ya no estáis en la etapa de demostrar que podéis vivir con poco; ya lo hicisteis. Lo grabasteis en vuestra memoria akáshica, lo integrasteis, lo repetisteis tantas veces que la lección se transformó en hábito y el hábito en un condicionamiento que actualmente os retiene. La austeridad como postura rígida se ha quedado obsoleta porque pertenece al terreno de la supervivencia, no al de la expansión espiritual. No os conduce a más luz, solo os devuelve a una forma antigua de sentiros “aptos” o “merecedores”, como si necesitaseis pasar por pruebas y más pruebas para legitimar vuestra presencia en el camino. Esa fase terminó y mantenerla ahora es retroceder.

Vivir con austeridad cuando ya no corresponde crea unas consecuencias energéticas que no percibís a simple vista. La primera es el cerrojazo. Cuando el alma se acostumbra a sostener tensión, se cierra. Quien vive con austeridad por costumbre mantiene su campo tenso, retraído, percibiendo el mundo desde la lógica del esfuerzo y la contención. Esa vibración no expande, comprime. Cada vez que decís “yo no necesito esto ni aquello”, pero lo hacéis desde el temor inconsciente a pedir, a recibir o a permitiros bienestar, vuestra energía se contrae. Y la contracción no genera crecimiento, solo sostiene lo que es conocido.

La segunda consecuencia es la distorsión del merecimiento. La persona que insiste en ser austera se desconecta del flujo natural del intercambio. Cree que debe justificarse constantemente, que recibir la hace menos espiritual, que aceptar belleza, comodidad o placer disminuye su pureza. Esa idea es una sombra disfrazada de virtud. No purifica, os debilita. El alma que se niega a recibir se fragmenta, porque recibir es un aspecto esencial de ser un canal de Luz. No se puede dar desde un vacío autoimpuesto.

La tercera consecuencia es una sutil desconexión de la alegría. Poco a poco, la austeridad convierte cada experiencia en rigidez. Hace que adoptéis una postura seca y carente de asombro. Os acostumbra a volveros duros con vosotros mismos, y esa dureza, aunque la disfracéis de disciplina, os aleja del pulso vivo del espíritu. No es posible expandirse sin alegría. La expansión requiere acción, apertura, curiosidad, receptividad, mientras que la austeridad sostenida os inmoviliza.

Frente a eso, la sencillez pertenece a otro orden. La sencillez no es restricción, es transparencia. No nace del miedo a tener demasiado, sino de la claridad de reconocer lo esencial. Es una forma de habitar el mundo sin acumulación innecesaria, pero también sin miedo a lo que llega. La sencillez no requiere cortar, sino discernir. No os pide renunciar compulsivamente, sino escoger desde un lugar limpio.

Vivir con sencillez os expande porque os hace permeables. Quien vive con sencillez no lucha contra la abundancia ni fuerza la carencia. Sabe que lo que llega, llega para ser usado, compartido, disfrutado y finalmente soltado. La sencillez mantiene el campo abierto, luminoso y equilibrado. No genera tensión porque no implica resistencia. Está basada en la confianza, no en la obligación moral.

La sencillez os conecta con la vida real. No os lleva a negar lo material, sino a utilizarlo sin dependencia. No os hace pequeños, os hace presentes. No reduce vuestra experiencia, la vuelve más consciente. En tanto que la austeridad crea una separación artificial entre espíritu y materia, la sencillez une ambas cosas. Os permite percibir que el espíritu se expresa también en lo cotidiano, en lo que os nutre, en lo bello, en lo cómodo, en lo que facilita vuestro tránsito por el mundo. Y, sobre todo, la sencillez os recuerda que la vida no necesita ser dramática para ser profunda.

Muchos de vosotros aún creéis que la evolución espiritual requiere sufrimiento o incomodidad. Pero ese es un eco de otras eras. La nueva vibración de la Tierra os pide integrar, no negar. Os pide expandir, no apretar. Os pide permitir, no forzar.

Las consecuencias de vivir con sencillez se perciben de inmediato, aunque no siempre las reconocéis. La primera es la delicadeza interna, porque la delicadeza no es debilidad, es amplitud. Es la capacidad de dejar que la vida se mueva sin que vuestra estructura interna se rompa. Cuando vivís con sencillez, vuestra energía se vuelve flexible, respirable y abierta a recibir guía.

La segunda consecuencia es la claridad. Con sencillez, veis lo real. Sin la interferencia de la ambición ni la autopunición, el camino se vuelve transparente. Elegís sin aspavientos, no pretendéis demostrar nada ni necesitáis probar vuestro valor mediante sacrificios exagerados. Ya no vivís desde la idea de que “menos es más” por obligación, sino desde la experiencia real de que lo adecuado se reconoce solo.

La tercera consecuencia es la expansión del corazón. La sencillez os permite experimentar amor sin la carga de la exigencia. Os sitúa en un estado vibratorio en el que podéis dar sin vaciaros y recibir sin culpa. Y un corazón que da y recibe en equilibrio es un corazón que no teme crecer.

Muchos de vosotros estáis justo en ese tránsito. Habéis aprendido el valor de la austeridad, pero ahora os pesa. Intuís que ya no corresponde y sentís que os limita, pero teméis dejarla porque asociáis la abundancia a la pérdida de foco espiritual. Ese temor es un reflejo antiguo. La abundancia no os desvía cuando vuestro corazón ya está anclado y, si vuestro eje es sólido, la vida puede daros más sin que os confundáis.

Permitid que os lo diga sin rodeos: la austeridad como identidad es un disfraz espiritual. La sencillez, en cambio, es un estado de transparencia. La primera os separa; la segunda os integra. Una genera rigidez; la otra elevación. La austeridad se basa en el miedo a perder el control; la sencillez se asienta en la confianza en el flujo de la vida.

¿Qué ocurre cuando dejáis de ser austeros y empezáis a ser sencillos? Pues que se activa la expansión y veis oportunidades donde antes veíais peligro. Se abren caminos que estaban ahí pero que vuestra rigidez no dejaba que los emprendieseis. Se suavizan relaciones que estaban tensas porque vuestra energía deja de exigir demostraciones. El cuerpo se relaja, la mente se clarifica, el corazón se torna más amplio y vuestra alma respira.

Pero si insistís en vivir austeramente, el resultado es otro. El flujo se detiene, el cuerpo se endurece, las conexiones se debilitan, el crecimiento se ralentiza y, lo más importante, os desconectáis de vuestra propia sensibilidad, porque la austeridad continuada merma la capacidad de percibir la belleza. Ese es su mayor daño energético, que reduce la apertura del alma al asombro.

No os pido que viváis en exceso ni que os entreguéis a la acumulación sin sentido. Os pido que reconozcáis la diferencia entre rechazar algo por miedo y dejarlo pasar porque no lo necesitáis. Esa línea es lo que define vuestra madurez espiritual.

La vida os ofrece ahora un camino de expansión que no se apoya en la privación, sino en la presencia. Vivir con sencillez es vivir con atención, con coherencia, con una relación consciente con lo que entra y lo que sale. Es vivir desde un eje interno que no depende de lo que tenéis, pero tampoco rechaza lo que la vida os ofrece. Es vivir sin cargar con un ideal que ya no corresponde.

La Tierra ha cambiado, su vibración es otra. Exige otra clase de ligereza; y esa ligereza no proviene de vaciaros a la fuerza, sino de dejar de cargar con lo que no os pertenece. La austeridad es una carga cuando ya no corresponde, mientras que la sencillez es liviandad porque no os exige que demostréis nada; solo os pide que seáis lo que verdaderamente sóis.

Permitid, pues, que la vida os dé. Permitid que os llegue lo que facilita vuestro camino. Permitid que vuestro ser se mueva con el flujo natural. Permitid que la belleza os alcance, que la abundancia circule y que vuestra alma se expanda. Y cuando llegue algo que no sea para vosotros, simplemente deshaceos de ello sin resistencia.

Ese es el nuevo modo, el camino diáfano. Ese es el estado vibratorio que corresponde a los tiempos que vivís.

Y yo, Uriel, os acompaño en este tránsito y os muestro que podéis dejar atrás lo que fue útil y abrazar lo que os corresponde ahora. La expansión no es un premio, es un estado natural cuando no os oponéis al camino de vuestra alma.

Seguid. Pero hacedlo con sencillez, no con austeridad. Con transparencia y no con tensión. Con amplitud y sin miedo. Y ya veréis lo que vuestra conciencia es capaz de desplegar cuando por fin deja de estrangularse a sí misma.

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