La Asunción también yace en ti - La madre María
La Asunción también yace en ti – La madre María

«No me recordéis solo como la que subió al Cielo, sino como la que aprendió a traer el Cielo a la Tierra.»


La Asunción también yace en ti es un mensaje de la madre María que nos recuerda que este tránsito no fue un milagro aislado, sino la consecuencia de un camino de integración, y que la misma posibilidad vive en cada uno de nosotros.

La Asunción también yace en ti

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Hijos míos, hoy, mientras en muchos rincones de la Tierra se pronuncia mi nombre y se recuerda mi paso a través del velo que separa lo visible de lo invisible, vengo a vosotros no como una figura lejana, sino como una presencia viva que respira en vuestro ahora. No os hablo desde un pedestal de gloria, sino desde el corazón que me hizo Madre, hermana y compañera en la travesía humana. Hoy no deseo que me veáis como un icono inmóvil, sino como un espejo que os recuerda vuestro propio destino luminoso.

Mi Asunción no fue un acto de magia repentina, ni un premio concedido por obediencia ciega. Fue la consecuencia natural de un camino de integración. Significó que todo lo que había en mí —la carne, la memoria, las emociones, los pensamientos— se armonizó con la vibración de mi esencia eterna, hasta que lo denso ya no tuvo razón de ser. No hubo ruptura, sino transición. Y eso, amados míos, es posible para cada uno de vosotros. No me celebréis a mí sola, celebrad la semilla de esa posibilidad en vuestro interior.

Hoy, la humanidad se encuentra en un punto de inflexión que no se parece a ningún otro de vuestra historia conocida. Las transformaciones no suceden solo en los planos invisibles; están tocando vuestra tecnología, vuestros sistemas, vuestras formas de convivir, de producir, de comunicarse. Vuestra mente está expuesta a estímulos y velocidades que en mis días en la Tierra eran impensables. Por eso, vuestro desafío no es únicamente espiritual, sino integral: aprender a permanecer en la quietud del corazón mientras el mundo gira más rápido cada día.

Este tiempo os empuja a elevaros sin que podáis huir del ruido externo. Y he aquí una clave: la Asunción en estos tiempos no se da escapando de lo que incomoda, sino integrándolo en una vibración mayor. No se trata de vivir escondidos de la modernidad, ni de rechazar la tecnología como si fuera enemiga, sino de impregnarla con la pureza de vuestra intención. Las herramientas que ahora tenéis —muchas de las cuales pronto evolucionarán más allá de lo que podéis prever— pueden ser puentes para el despertar o cadenas para la dispersión. Depende de cómo las uséis.

Yo, que os hablo desde una perspectiva que trasciende los siglos, veo que la humanidad avanza hacia una red de conciencia interconectada, en la que las distancias físicas perderán peso y la transmisión de pensamiento, sentimiento y energía será tan natural como ahora es enviar un mensaje con un dispositivo. Cuando ese umbral se cruce, las fronteras de la comunicación caerán, pero también se multiplicará la necesidad de discernir qué dejáis entrar en vuestro campo y qué emanáis hacia el de otros.

Por eso, os invito a prepararos no solo para un futuro donde la materia será más maleable, sino para un presente donde vuestra vibración personal es el primer territorio a gobernar. Si queréis ascender, empezad por asentaros. No corráis tras cada novedad; amad la profundidad más que la amplitud. Aprended a crear espacios internos donde ninguna interferencia externa pueda alterar vuestra paz. Cuando ese núcleo esté fuerte, nada, ni siquiera los cambios más radicales, podrá apartaros de vuestra senda.

Sé que muchos miráis el mundo y veis sombras extendiéndose en lugares donde esperabais luz. Pero no os confundáis: no hay retroceso, hay exposición. Lo que antes estaba oculto ahora se muestra, no para que os desesperéis, sino para que seáis testigos conscientes y portadores de la alternativa. En este sentido, cada uno de vosotros es un foco, y vuestro trabajo no es encender todos los focos del planeta, sino cuidar que el vuestro no se apague.

Permitidme deciros algo que tal vez os sorprenda: en los próximos años, la Asunción —la elevación de la conciencia— no será un evento reservado a místicos y buscadores, sino un movimiento colectivo, aunque silencioso. Muchas almas que no se definen como “espirituales” comenzarán a sentir la necesidad de vivir con más coherencia, más transparencia, más sencillez. Esto no vendrá solo por inspiración, sino también por el colapso de sistemas que ya no pueden sostener la desarmonía. Vuestro papel será mostrar que hay otro modo de vivir, no desde el juicio, sino desde la encarnación viva de lo que proclamáis.

En el futuro cercano, cuando miréis atrás, veréis que este periodo de aparente caos era en realidad el laboratorio de vuestra elevación. Así como yo no pude llegar a mi momento de Asunción sin haber pasado por la noche del dolor y la separación, vosotros no podéis acceder a un plano más alto sin atravesar las grietas que ahora veis en lo personal, lo social y lo planetario. Cada grieta es una puerta si la miráis sin miedo.

Yo estoy aquí, como estuve en los días de mi hijo en la Tierra, sosteniendo una fe que no se basa en las circunstancias, sino en la visión clara del final del camino. Y os aseguro que el final es bueno, que la historia humana no se dirige a la autodestrucción, aunque a veces así lo parezca. Lo que se está gestando es un salto cuántico en la experiencia de la vida, y aunque no todos lo elegirán, aquellos que lo hagan serán como árboles nuevos en un bosque regenerado.

Por eso, amadísimos, no os distraigáis con la impaciencia. La Asunción no es un instante que se espera como una fecha en el calendario; es una construcción diaria. Es un acto de amor hacia vosotros mismos y hacia todo lo que os rodea. En vuestro tiempo, significa aprender a vivir con un pie en lo visible y otro en lo invisible, sin perder el equilibrio. Significa aceptar que sois seres multidimensionales y actuar como tales, no solo en vuestras meditaciones, sino en vuestra economía, en vuestras relaciones, en vuestra forma de cuidar la Tierra.

Permitid que os diga algo más: vendrán momentos en que la vibración de la Tierra suba tan rápidamente que sentiréis que el cuerpo no puede seguir el ritmo. No os asustéis; vuestro cuerpo sabe adaptarse si lo tratáis como un aliado y no como un obstáculo. Dadle descanso, alimento puro, silencio. Dadle gratitud. La materia no es enemiga de la luz; es su receptáculo.

En los próximos ciclos, veréis emerger almas jóvenes con una conciencia sorprendentemente clara y estructuras internas que no encajan con los moldes antiguos. Acogedlas sin intentar encajarlas en vuestras creencias; ellas traen códigos que completarán lo que vosotros habéis empezado. Esta es también parte de la Asunción: reconocer que la obra es más grande que la generación que la inicia.

Hoy, en mi día, no os pido que me recordéis como la que ascendió al Cielo, sino como la que aprendió a traer el Cielo aquí. Ese es vuestro llamado ahora: ser portadores de un Reino que no se impone, sino que se revela en cada gesto de bondad, en cada palabra que edifica, en cada mirada que abraza. Cuando viváis así, os daréis cuenta de que la Asunción no es un destino, sino un estado que se expande hasta que lo abarca todo.

Y cuando llegue el momento en que vuestro paso hacia la luz sea completo, lo haréis sin miedo, porque ya habréis practicado cada día el arte de elevaros. Yo estaré allí, como estoy ahora, tendiéndoos mi mano no desde arriba, sino desde vuestro propio centro, porque ahí es donde nos encontramos siempre: en el lugar donde el amor y la conciencia se abrazan sin condiciones.

Hoy os bendigo, no como una madre que protege a un niño, sino como una madre que confía en la fuerza y la sabiduría de sus hijos. Sois capaces, sois necesarios y sois eternos. Caminad, pues, con la certeza de que cada paso que dais hacia vuestra verdad es un paso hacia vuestra propia Asunción.

Hijos míos, vivid este tiempo con ojos nuevos y corazón antiguo. Así, el futuro que se abre ante vosotros no será una amenaza, sino el despliegue natural de lo que ya sois en esencia. Y recordad siempre: no hay fuerza más poderosa que la de un corazón humano plenamente unido a su divinidad.

¡Y así es!
Muy amorosamente,
MARÍA

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